Había una vez un hombre cuyo mal carácter le había hecho desperdiciar
más tiempo y perder más buenos amigos que cualquier otro
elemento de su vida. Se acercó a un sabio anciano vestido de andrajos
y le preguntó:
-¿Cómo puedo dominar el demonio de mi cólera?
El anciano le dijo que se dirigiera a un oasis agostado del lejano
desierto, se sentara entre los árboles secos y extrajera agua salobre para
cualquier viajero que acertara a pasar por allí.
El joven, en su afán por vencer su cólera, se dirigió al lugar de los
árboles marchitos del desierto. Durante varios meses, envuelto en una
túnica y un albornoz para protegerse de la arena, extrajo agua amarga y se
la dio a todos los que se acercaban a aquel lugar. Pasaron varios años y el
hombre no sufrió más accesos de cólera. Un día se acercó al oasis seco un
viajero vestido de oscuro y contempló con arrogancia al hombre que le
ofrecía un cuenco de agua. El viajero se burló del agua turbia, la rechazó y
reanudó su camino.
El hombre que le ofrecía el agua se encolerizó inmediatamente hasta
tal punto que la rabia lo cegó y, agarrando al viajero, lo derribó de su
camello y lo mató en el acto. Inmediatamente se arrepintió de haberse
dejado llevar por su arrebato de cólera y haber perpetrado semejante
acción. De pronto, se acercó otro jinete al galope. El jinete contempló el
rostro del muerto y exclamó:
-¡Gracias sean dadas a Alá, pues has matado al hombre que iba a
matar al rey!
En aquel momento la turbia y salobre agua del oasis se volvió clara y
dulce y los árboles secos del oasis reverdecieron y se llenaron de flores.
Llega un momento en que las mujeres tienen que enseñar los dientes,
exhibir su poderosa capacidad de defender su territorio y decir
"Hasta aquí y no más, se acabó lo que se daba, prepárate,
tengo algo que decirte, ahora verás lo que es bueno".
Como el hombre al principio de "Los árboles secos" y como el
guerrero de "El oso de la luna creciente", muchas mujeres tienen a
menudo en su interior un soldado exhausto y tan cansado de las batallas
que ya no quiere oír ni hablar de eso ni tener nada que ver con todo ello.
Ésta es la causa de la aparición de un oasis reseco en la psique. Se trata
siempre, tanto dentro como fuera, de una zona de gran silencio que está
esperando y casi pidiendo a gritos que estalle una tormenta, que se
produzca una rotura, una sacudida, un estropicio que le permita volver a
crear vida.
El hombre del cuento se queda inicialmente anonadado ante el
hecho de haber matado al jinete. Sin embargo, cuando comprende que en
aquel caso tenía que seguir el primer impulso, se libera de la norma
excesivamente simple del "no enfadarse jamás". Como en "El oso de la luna
creciente", la iluminación no se produce en el transcurso de la acción
propiamente dicha sino cuando se destruye la ilusión y el sujeto adquiere
la perspicacia suficiente como para comprender el significado oculto.
Clarissa Pínkola.- "Mujeres que corren con lobos"
capítulo 12.- Los límites de la Cólera y el Perdón.
Buen Viaje... ;)
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